junio 28, 2012

Donna Leon LA PALABRA SE HIZO CARNE


“Se sirvió una copa de vino blanco y sacó una silla a la terraza, donde permaneció una hora sentado contemplando cómo la luza se iba apagando hasta desaparecer, bebiéndose a sorbos su vino y dando gracias porque todos tuvieran vidas y cuestiones de las que ocuparse, ajenos a las terribles mentiras y decepciones que llenaban sus días”.

En anteriores crónicas de esta saga,  apuntábamos ya que cada nueva obra de Donna Leon pierde componente de novela negra respecto a la anterior, y gana como ejercicio de estilo. La Palabra Se Hizo Carne no es una excepción. Una trama justita que  sirve como excusa para describir situaciones y desarrollar unos dialogos muy bien planteados. ¿Es eso suficiente? El arte de Donna Leon como escritora se demuestra en pasajes como el de la visita al matadero, pero quizá sus seguidores esperábamos una historia menos previsible.

Como en todos los libros de la saga Brunetti, por La Palabra Se Hizo Carne desfila buena parte de los personajes  habituales en sus historias el inspector Vianello, la signorina Elettra, o el vicequestore Patta.  De entre ellos, hoy querría destacar a Paola, la esposa del comisario. Y es que esta mujer se supera de libro en libro.

Paola lo tiene todo. Es intelectual, trabaja en la Universidad, rica heredera de una de las principales familias de la ciudad, abnegada ama de casa –nadie, ni de dentro ni de fuera, le ayuda en las treas domésticas- , entregada madre ante sus hijos y principal confidente de su marido. Por si esto fuera poco Paola está buenísima y además cocina de maravilla unos platos, en ocasiones muy sofisticados, que ella elabora a diario para complacer a su familia. En este libro Paola llega al extremo de leer la mente de su marido a distancia, capaz de, por ejemplo,  adivinar cuando llegará Brunetti a casa con ganas de beber champlagne franceés, en lugar de vino o prosecco. En fin, Paola es tan perfecta que a muchos nos daría miedo cnvivir con alguien así, convencidos de que un ser como ese necesariamente debe esconder un lado tan oscuro como tenebroso tras esa fachada.

En definitiva, La Palabra Se Hizo Carne no es un gran libro, tanto por sí mismo como comparado con le resto de la saga en que se emarca.  Le salva del “poco recomendable” el cariño que tengo a Brunetti y algunos destellos como la misa de difuntos con que cierra la obra.

junio 25, 2012

Almudena Grandes EL LECTOR DE JULIO VERNE

"Así era el mundo, mi mundo, el lugar donde yo había crecido, donde había vivido durante nueve años, una ciénaga donde los valientes, los leales, los inteligentes, tenían que dejar de serlo si no querían morir jóvenes, y la autoridad se apoyaba en la traición, y los traidores lo eran siempre por dinero, y los héroes vivían como animales mientras los cobardes, los chivatos, los analfabetos, comían caliente y dormían en sus camas, amparados por el respeto de las personas decentes".


Con su anterior novela,  Ines y la Alegría, Almudena Grandes se embarcaba en un ambicioso proyecto titulado Episodios de una guerra interminable, con el objetivo de recuperar la memoria  casi extinguida de una lucha antifranquista que, en contra de lo que muchos creen,  no acabó en 1939. Por ello, al analizar sus dos últimos libros, prefiero separar la parte histórica de la puramente literaria.

Si nos centramos en la primera,  su labor es excelente. Almudena rescata en ambas obras detalles apasionantes  de nuestra historia que, a fuerza de querer ser ocultados, corren el riesgo real de acabar en el olvido.  Un diez. Respecto al aspecto literario, el resultado es, a mi juicio, más desigual

Debo reconocer que Inés y la Alegría no me gustó como novela, aun reconociendo el valor de la obra. El problema es que nunca llegué a creerme a la protagonista. Algo que, por fortuna,  no sucede en su nueva creación. El lector de Julio Verne nos presenta una trama robusta y muy bien articulada, en la que brillan unos personajes perfectamente construidos.  Pocas veces he leído una descripción tan precisa de la difícil convivencia entre ambos bandos –vencedores y vencidos- en la postguerra. Con ideología, sin duda, y muy clara, pero huyendo de maniqueísmos fáciles o injustas  equidistancias.

Es interesante subrayar que, a la hora de escribir, en Almudena conviven dos estilos.  Por un lado, el que caracteriza a la precisa narradora de personas y situaciones. Por otro, el que define la exuberante prosa que la autora exhibe cuando se trata de describir sentimientos.  Si el primero es claro y conciso, el segundo se desparrama en un torrente de frases, larguísimas y apenas separadas por algunas comas, que en ocasiones apabulla al lector. Un recurso que puede gustar más o menos pero, viendo la fruición con que lo utiliza, no cabe duda de que define a la autora.

En definitiva, El Lector de Julio Verne es un buen libro, que satisfará tanto a los amanrtes de la literatura de calidad como a aquellos que deseen bucear en nuestra historia más reciente. Eso sí, como este país es como es, dudo que apasione a quienes comulgan con nuestra moderna derecha. Una pena porque ellos, más que nadie, necesitan este tipo de lecturas. Además, con lo que ha llovido desde entonces, los Episodios de una Guerra Interminable de Almudena Grandes no deberían levantar ya ninguna ampolla. ¿O sí?