octubre 04, 2005

Javier Cercas: LA VELOCIDAD DE LA LUZ

¡Que estupenda debe resultar la vida para un autor de éxito!
Ya se sabe, nadar en euros, viajar a medio mundo, follar hasta hartarte con quien te apetezca y emborracharte, tanto de alcohol como de tu propia buena estrella.
Muchos se cortarían un brazo por acceder a un futuro así. No me duelen prendas en incluirme, ya sabéis aquello de la primera piedra. Lo que ocurre es que de por general, los medios para cambiar radicalmente de fortuna suelen estar bastante alejados de la literatura. El común de los mortales lo intentamos con las quinielas o la lotería. Otros, los más pudientes, juegan en el palé de la especulación en busca del definitivo "pelotazo" y algunos, los más ambiciosos o los más necesitados, no dudan en bordear cualquier legalidad a cambio del beneficio rápido.
El camino a la riqueza no es fácil, que conste. La mayoría de los que apostamos a los juegos de azar nunca obtenemos premio; los especuladores suelen ser ya ricos y los delincuentes, si no acceden rápido al estatus de especuladores suelen acabar entre rejas o asesinados.
Javier Cercas nos describe en La velocidad de la luz un nuevo sistema para forrarnos: Escribir un libro de éxito. Al parecer es un método infalible.
Debo confesar que sufrí un tremendo shock al recibir esta revelación. Y es que la lectura de la obra que ahora nos ocupa coincidió, por pura casualidad, con los los últimos retoques a mi primera novela, un libro en el que he ocupado, robando tiempo a unos y a otros, el último año de mi vida. Hasta ese momento me sentía satisfecho del trabajo realizado pero, a partir de las confesiones de Javier Cercas, no pude evitar mirar aquel puñado de folios con otros ojos... más codiciosos.
"Mira tú -me decía- que si me lo publican y me hago rico..."
A partir de ese momento comprendí que debía tomar varias decisiones. Cuanto antes.
La primera pasaba por intentar, por el medio que fuese, que publicaran mi obra. Desde luego, el libro que he parido no es Soldados de Salamina, pero tambien tiene su encanto, pensaba mientras presentaba mi novela a una amplia lista de agentes y editores. Ahora entendía el interés por la literatura en gente como Alfredo Urdaci o Jose María Aznar. Los muy cabritos tambien conocen las claves del enriquecimiento rápido.
La segunda decisión fue esconder la novela de Cercas para que no la leyera mi esposa. Veréis, mi matrimonio es feliz y me siento orgulloso de mi familia. Hasta la fecha nunca he creido que nada fuera a enturbiar esta situación, pero, a la luz de lo que se cuenta en La velocidad de la idem, entendí que debía estar preparado para cambios drásticos. Y es que, según Cercas, a medida que las cifras de ventas aumentan, se liberan en progresión geométrica algunos instintos como beber de forma compulsiva o follarte cualquier agujero que se ponga a tiro. Tenía que prepararme tambien para ir de sobrado por la vida, ser ingrato con mis amigos y soberbio con los desconocidos.
Aunque mi fuero interno se rebelara a este destino, lo mejor sería no alertar a mi esposa del peligro que, ella más que yo, corría. Y es que en la novela, el autor, ya desdoblado de su personaje, no tiene por menos que liquidar a toda su famila en un accidente de automóvil.
Aun no me había repuesto de tan duro golpe cuando Cercas me prepara una última revelación: El dinero no da la felicidad. En su caso parece que el vil metal lo ha convertido en un verdadero desgraciado, un ser digno de la lástima que a partir de ese momento desea despertar en el lector.
De nuevo ante mi flamante novela, tuve que planteearme si en verdad valía la pena abrir la caja de pandora. Quizá sería mejor dejar las cosas como estaban, colgar el libro en internet para disfrute de mis amigos y proseguir con mi plácida existencia. De hecho, la última vez que presenté la obra ante un editor me sentí en cierta manera como Fausto ya que, gracias a Javier Cercas, en esos momentos era consciente de que vendía mi alma al diablo.
Han pasado unos meses y ni Dios me ha aceptado aún el legajo. La escalada al Olimpo es una senda tortuosa y plagada de obstáculos a la que al parecer solo acceden los elegidos. A estas alturas, el consuelo de que el fracaso garantiza al menos mi estabilidad emocional me parece un recurso, cuanto menos, autocompasivo. En este tiempo he seguido pensando de vez en cuando en "La velocidad de la luz". No es un buen libro. Por mucho que Cercas parezca parodiarse a sí mismo, lo cierto es que la obra no deja de ser una mirada, deformada y adobada con los peores presagios, del propio ombligo del autor. Y a la persona que parió Soldados de Salamina debería exigírsele que contara buenas historias en vez de recrearse en sí mismo. Aun es excesivamente joven, todavía tiene que demostrar demasiadas cosas como para que los avatares de su propia vida, ya real o imaginaria, me interesen.
RESUMEN
Leyendo lo leído en La velocidad de la luz me da miedo pensar qué podría haber escrito Javier Cercas caso de ser el autor de obras como El código da Vinci, El señor de los anillos o la saga de Harry Potter.
POCO RECOMENDABLE